Queremos que nos cuenten buenas historias que a ser posible duren mucho tiempo. Queremos personajes a los que poco a poco vayamos conociendo como a personas reales, acostumbrándonos a sus hábitos, curiosos hacia sus rarezas, hombres y mujeres inexistentes de los que hablamos con más conocimiento de causa y más cercanía que de mucha gente a la que conocemos. Nos gusta por igual que se nos parezcan y que no se nos parezcan. Y agradecemos que no desaparezcan para siempre como al final de una película o de una novela, por muy larga que sea. Sus mundos, ajenos al nuestro, lejanos en el espacio y en el tiempo, acabamos habitándolos. Conocemos sus casas, sus cocinas, sus dormitorios, sus lugares de trabajo. Los vemos hacerse mayores y nos acordamos de cuando sus hijos eran más pequeños. Termina un episodio y la historia al mismo tiempo concluye y permanece abierta, lo cual nos excita el instinto primitivo de esperar a que nos cuenten lo que pasa después. Es un oficio tan antiguo como el de Sherezade y como el de los escritores de novelones por entregas del siglo XIX; como el de aquellas películas por episodios de la época del cine mudo, como el de los escritores y los dibujantes de los tebeos que comprábamos de niños, con aquel letrero en la última viñeta de cada cuadernillo, CONTINUARÁ.
Hoy ha empezado la nueva temporada de Mad Men. Vienen Ángeles y su hijo Guillermo a verla con nosotros. Preparamos una cena ligera y la terminamos cuanto antes, para estar delante del televisor cuando suene de nuevo, después de casi un año de privación, la música prometedora de cada comienzo de capítulo, que ya provoca un reflejo condicionado de gula narrativa. Un mundo, una maqueta de un mundo, de un tiempo. Como es el primer capítulo de la temporada dura dos horas enteras. A los cinco minutos ya estamos sumergidos por completo en la historia. El equilibrio entre lo familiar y lo nuevo es perfecto. El tiempo ficticio de la serie vuelve borroso el tiempo real. El desenlace al mismo tiempo inusitado y previsible -ya sabemos qué clase de sorpresas dan de vez en cuando estos personajes- nos deja callados, paladeando el capítulo como una botella de vino recién terminada, ya impacientes por que llegue el domingo próximo.
Continuará. En las artes de la ficción no hay promesa más seductora.