Lo bueno abunda. Con las artes, y con algunas otras cosas, sucede lo mismo que con la música, según Schumann: que hay tanta buena que no queda tiempo para escuchar música mala. Claro que hay un número enorme de libros, películas, músicas, que son malos, o mediocres: pero aun así lo bueno es tanto, tan variado, tan sorprendente, que a uno no le bastarían dos vidas para disfrutarlo todo, para hacerle justicia. Cuántos fotógrafos buenísimos hubo en el siglo XX, por ejemplo. Fotógrafos hombres y mujeres. Aún continúan el International Center of Photography Roman Vishniac y David Seymour -Chim- y en el MoMA se inauguró el otro día una gran exposición de Bill Brandt. Fui a verla y me gustaba tanto que la crónica casi se me iba haciendo sola en el metro de vuelta. Pero Bill Brandt decía que las fotos se hacen solas, que hay que dejarse llevar por la lente. Cuánto talento y cuánta experiencia hacen falta para que surja esa naturalidad. Como otros grandes fotógrafos, Bill Brandt podía ser el personaje central de una novela que abarcara el siglo, todo su horror y toda su belleza, el resplandor de las ciudades nocturnas y el espanto de las ciudades arrasadas por los bombardeos. Iba de un tema a otro como un músico impaciente que no se detiene mucho en ninguna melodía, siempre atraído por la novedad de otra improvisación. En el París de Brassaï Brandt educó una mirada que pondría en práctica en las noches de Londres. Los desnudos de Man Ray le sirvieron de escuela para aproximarse muchos años después con mirada y lente de deseo al cuerpo femenino desnudo, con sensualidad y respeto, con esa curiosidad por todo que le permitió retratar a los pobres y a los ricos, a los escritores y a los borrachos, mirar las ciudades y mirar también la soledad de un páramo en el que una casa aislada parece contener intactos los fantasmas de las hermanas Brontë. Escribió algo que sirve igual para la literatura que para la fotografía: “Creo que esta capacidad de ver el mundo como nuevo y extrraño yace escondida en cada ser humano. En la mayor parte de nosotros está adormecida. Y sin embargo está ahí, aunque no sea más que un vago deseo, un apetito insatisfecho que no sabe descubrir su propio alimento…”
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