Nada como el buen periodismo para abrirle a uno los ojos. El domingo pasado, una excelente crónica de Daniel Verdú sobre lo que él mismo llama “el milagro cultural islandés” me hizo cavilar de nuevo sobre un fenómeno extraordinario, casi inexplicable, que por ser común entre nosotros ya lo damos melancólicamente por supuesto: la paradoja que en un país con un patrimonio cultural tan formidable como España exista un desprecio tan extendido, público y privado, hacia casi cualquier forma de trabajo intelectual o creativo. Es como si en un país rico en minas de oro todo lo relacionado con el oro se considerara deshonroso, y los que trabajaran de algún modo en su extracción o su comercio merecieran el recelo o la abierta agresividad de la ciudadanía, y los poderes públicos, en vez de favorecer esa fuente de riqueza, hicieran lo posible por perjudicarla y arruinarla.
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