Transformaciones

Publicado el

Lo que requiere más agudeza es observar cómo una cosa se transforma gradualmente en otra, la noche en amanecer, la tarde en noche, la distancia en cercanía, la proximidad en distancia. Por no hablar de lo que no perciben los ojos, el crecimiento de una planta o de un niño. Yo ahora mismo observo, en la ventana junto a la que escribo, cómo la nieve se transforma en lluvia, tal como anunciaba el pronóstico meticuloso del tiempo, que es una de las secciones mejor escritas del New York Times. Hace una hora apenas la nieve ocupaba tupidamente el aire, una nieve flotante, menuda, de pequeños copos que no picaban en la cara, la nieva dócil y prieta que cruje bajo las pisadas. Nada más despertarme, antes de levantar la persiana, yo ya sabía que estaba nevando por la calidad del silencio en la calle y porque oía los filos de las palas raspando contra el pavimento, las palas que usan los doormen para mantener despejados sus tramos de acera. La nieve inclinada por un viento ligero, como una escritura cursiva, casi no dejaba ver la fachada del edificio de enfrente y ya cubría y simplificaba los coches aparcados, subrayaba las ramas de los árboles.  Ahora mismo no es nieve ni es lluvia, es aguanieve, sleet, y cae más rápida, más cursiva, urgente, avisándome de que este tiempo suspendido de las grandes nevadas se acaba, y dentro de un rato tendré que salir a la calle y acudir a mis tareas, a todas las incomodidades -el viento, la humedad colándose por el cogote, la lucha con el paraguas en las esquinas- que quedan resumidas en aquella rancia expresión, “las inclemencias del tiempo”. Pero las palabras se quedan atrás cuando quieren contar lo que está cambiando de un momento a otro. La expresión plena del tránsito está reservada en exclusiva a la música.