Desgracias lejanas

Publicado el

Las desgracias lejanas de otros parecen no existir,  o ir perdiendo gravedad según crece la lejanía. En la BBC, esta mañana, una mujer que lo ha perdido todo, también a su familia, dice en un tono de mal sueño, que se filtra entero del árabe al inglés del traductor, que no sabe dónde está. Hasta hace unos meses no había salido nunca de su aldea. Tenía su casa, su marido, sus hijos. De pronto llegaron soldados, carros de combate, disparo de cohetes, y lo que para ella no había casi cambiado desde que era niña quedó arrasado. La montaron en un camión, entre el polvo y el humo, amontonada con más gente a la que no conocía. La trajeron a este campo de refugiados, en Líbano, pero ella no sabe situarse, despojada de las referencias inmediatas que daban forma a su vida. Tampoco sabe qué ha sido de los suyos. La reportera de la BBC dice que la mujer no hace nada, que parece perdida. La historia es de ahora mismo y de hace miles de años. Quizás ha venido existiendo desde que el caballo y el carro, el bronce y luego el hierro, hicieron fulminante la guerra. Una comunidad campesina y aislada ve aparecer un día, como un fenómeno destructivo, una inundación o una tormenta, a una multitud de forasteros armados, que en horas o días lo arrasan todo, roban el grano, incendian las cosechas, matan, violan. Quizás la única novedad, aparte de la tecnología, es la escala de la destrucción. Más de dos millones de personas han huido de Siria en el último año. En medio de esa cifra abstracta, yo veo a esa mujer, sola, perdida, sentada en el suelo, preguntándose dónde está, cómo se vuelve a su aldea, mirando las caras de los desconocidos a ver si encuentra la de alguno de los suyos.