Salí de clase ayer lunes a las seis, y al mirar mecánicamente hacia arriba me llevé la sorpresa de que el cielo ya no estuviera del todo oscuro. Por primera vez había un tono azul marino sobre los perfiles recortados en negro de los pisos altos de los edificios, las cornisas y los depósitos de agua. Pronto la claridad durará más y en unas semanas será aún de día cuando salga de clase.
Hace un rato, esta mañana, al pie de un árbol ya apuntaban como uñas los brotes de los crocuses. Las ramas están todavía peladas, y los troncos grises, con costras de líquenes en el lado del norte. Pero muy arriba, por encima de las ramas más altas, de los tejados, de la estatua de bronce del general a caballo que mira al río, meciéndose inmóvil en un azul muy limpio, planeando despacio, un halcón vigila la esquina y el barrio con las anchas alas extendidas, uno de esos halcones que tienen el nido en las cresterías más altas de la Riverside Church.