Revisar un texto buscando errores y erratas es como salir al campo a cazar conejos. Por muy buena vista que tenga el cazador, y por mucho que haya ejercido la puntería, algunas equivocaciones, pequeños descuidos, incluso disparates obvios, se le escaparán sin remedio, una palabra errónea escondida y quieta detrás de otra que se le parece mucho, un movimiento de los dedos sobre el teclado por el que se cuela una falta ortográfica. Por mucho que revise, el autor tiene demasiada familiaridad con lo que ha escrito, y quizás un principio de aburrimiento instintivo. Escribir es dejarse llevar y revisar después, y repasar mucho, pero hacen falta ojos atentos y expertos que vigilen lo escrito en batidas sucesivas. Aun así hay errores obvios que sobreviven durante años y años, ejemplares fuertes de una especie que se resiste a ser erradicada. Por no hablar de que casi en todas partes hacer economías significa prescindir del trabajo especializado de los correctores.
En el libro que escribí sobre la Córdoba omeya en 1990 duró casi diez años un disparate que ni mis editores ni yo ni ninguno de los lectores que tuvo el libro en ese tiempo pareció advertir. Tampoco los traductores de las lenguas en las que se iba publicando. Un día recibí una carta del infalible Philippe Bataillon que me sacó retrospectivamente los colores: yo decía en mi libro que Pompeya había sido destruida por una erupción… ¡del Etna! Pero es que Philippe tiene un color de cara de hombre de campo, como tenía Delibes, y caza despistes y contradicciones o inconsistencias menores igual que Delibes atinaba en las liebres más difíciles.
Mi último libro salió hace poco más de una semana y ya ha habido lectores diligentes que me apuntan un error absurdo, de nuevo no detectado ni por mí, ni por las personas de confianza a las que les dejo las cosas cuando las termino, ni por los editores, por nadie: que en 1992 se celebró el ¡cuarto! centenario del descubrimiento -por llamarlo de algún modo- de América(nómadas del nordeste de Asia la habían descubierto unos catorce mil años antes). Pido disculpas y les doy las gracias. Nada agradece uno más que ser leído con tanta atención.