Novelas posibles

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El mundo está lleno de posibles novelas. Hace unos años, leyendo un libro sobre el asesinato de Martin Luther King, me enteré de que su asesino, James Earl Ray, después de huir de Estados Unidos, pasó una semana entera en Lisboa, en mayo de 1968. Desde entonces me vuelve de vez en cuando la idea de escribir algo sobre él, sobre esos días, los últimos que pasó en libertad, con un pseudónimo muy raro, Eric Starvo Galt. Hay otra novela que yo no escribiría nunca, y que si existiera probablemente tampoco leería, por la grima que me da el personaje. Durante años, antes de que unos agentes israelíes lo secuestraran, Adolf Eichmann, huido de Europa, vivió en un barrio de las afueras de Buenos Aires, en una casa pobre, a la que volvía cada noche después de una jornada de trabajo en la fábrica Mercedes en la que era un operario. Se hacía llamar Ricardo Klement. Bajaba de un autobús todas las noches a la misma hora y caminaba hacia su casa. La noche en que los agentes israelíes se echaron sobre él soltó un grito que parecía un berrido animal. A sus captores les sorprendió que aquel mandamás de las SS que había organizado la logística del exterminio en el centro de Europa viviera con tanta estrechez, y que llevara una ropa interior tan gastada y sucia. Estos detalles los he leído en un libro extraordinario, The Eichmann Trial, de Deborah Lipstadt. Uno de esos libros que uno compra y guarda en casa y olvida y luego encuentra por casualidad al cabo del tiempo y se pregunta cómo ha tardado tanto en leerlos. A Eichmann lo llevaron a una casa segura, antes de subirlo en el avión hacia Israel. Era muy educado y muy obediente. Un día pidió ir al retrete, y un guardia lo acompañó, y esperó en la puerta. Pasaba el rato y el guardia se extrañaba de no oir el ruido de la cisterna. Entonces le llegó  la voz débil de Eichmann, que le preguntaba: “¿Puedo ya?”

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