Lo inaudito

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El recogimiento de la música de cámara se parece al que exigen el flamenco y el jazz, incluso la literatura, y ciertas formas minoritarias del teatro. Su principio intransferible es el de la cercanía, el de la pura presencia. Un tú a tú en el que sobran los mediadores y que no puede ser imitado ni sustituido por ninguna tecnología más allá de la del micrófono. Un recital de jazz o de flamenco en un estadio o en un gran auditorio carece de sentido. Los estadios están bien para el papa o para los Rolling Stones, que por cierto van acercándose ya a una decrepitud vaticana. Sin más acompañamiento que una guitarra Rocío Márquez cantó el verano pasado en Casa Patas y la vibración de su voz la notaba uno en la boca del estómago. La voz de Chet Baker o la de Billie Holiday tenían el volumen exacto para el tamaño de un club. Quizás sólo talentos como Keith Jarrett o  Joao Gilberto pueden volver íntimo el espacio de un gran auditorio.

El otro día fuimos a la sala más pequeña de Carnegie Hall, Weill Recital Hall, a escuchar al cuarteto Miró. El Weill Hall tiene butacas antiguas forradas de terciopelo y poco más de doscientas localidades. Escuchamos, uno tras otro, los tres cuartetos Razumovsky de Beethoven, que tienen ya una originalidad, casi un descaro, de música del porvenir: pertenecen a ese momento justo en el que un agran artista está quebrando su obediencia a la tradición, después de haberse empapado plenamente de ella y de haberse fortalecido en el aprendizaje. Como algunas veces cuando se ve un cuadro de Goya, uno piensa, escuchando los pasajes más audaces en esos cuartetos de Beethoven: “Esto no había existido nunca antes”.  Lo nunca visto. Algo, literalmente, inaudito. Como escuchar a Louis Armstrong en sus grabaciones de finales de los años veinte con los Hot Five y los Hot Seven. Como ver en una pantalla de cine La edad de oro de Buñuel, o escuchar los primeros compases de La consagración de la primavera: lo nuevo que irrumpe en medio de la incomprensión y tal vez el escándalo y va a quedarse para siempre.

Me gusta mucho esta versión del adagio del cuarteto nº 7, aunque no sé de quién es.

Antonio Muñoz Molina
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