Gotardo, en 3D

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Vino Gotardo a mediodía, después de uno de esos viajes en tren de lentitud protofranquista que han de padecer los que no tienen acceso geográfico o económico al AVE: los trenes que se abandonaron para dedicar todas las inversiones a la alta velocidad. Ahora el paisaje de las comunicaciones ferroviarias está desmantelado y la alta velocidad es otro de los grandes lujos que no podemos permitirnos. De Badajoz a Madrid se tardan seis horas en tren, pero Gotardo ha llegado tan fresco, con su maleta ligera y la bolsa del portátil, dispuesto a ponerme en orden todos los pormenores del nuevo ordenador que acabo de comprarme, siguiendo su consejo. El antiguo me ha durado casi seis años, y seguirá siendo útil a otras personas con necesidades informáticas menos perentorias. Da vértigo pensar en todas las palabras que ha ido escribiendo uno en esa pantalla, durante todos estos años, el novelón entero que cobró forma en ella, y que muy pronto se quedó en la lejanía de lo ya concluido. Tanto trabajo, día por día, unas veces liviano y hasta feliz y otras simplemente obstinado, tantos kilómetros con el portátil en la mochila, y luego abierto y conectado en habitaciones de hotel, en cafés, en salas de embarque, en ciudades diversas del mundo, Madrid y Nueva York y Buenos Aires y Trieste y Amsterdam, la vida medio errante y medio sedentaria a la que uno se ha acostumbrado.

Gotardo trabaja durante horas sin levantar apenas la cabeza. Le damos de comer y después del café sigue trabajando. Le digo a media tarde que si quiere un té y contesta que sí y se lo toma embebido en lo suyo. De vez en cuando me llama y me explica cosas que debo saber, y yo unas veces me entero a la primera y otras no, y él tiene la paciencia de empezar de nuevo, el nativo digital que ha de enseñar al inmigrante que nunca alcanzará una plena fluidez en el idioma y en los hábitos de este otro país, en el que sin embargo va a pasar el resto de su vida. A las 9 de la noche le pregunto si tiene hambre y dice que sí. Está trabajando en la mesa del comedor, y sigue haciéndolo mientras yo preparo algo para que por lo menos se alimente. Mientras cenamos la conversación deriva no recuerdo por qué hacia las diferencias de talla entre los primeros agricultores y los cazadores nómadas, mucho más fuertes y más saludables que ellos. Gotardo me explica los sobresaltos que la crisis ha traído a su trabajo y come con bastante apetito. Apenas terminada de recoger la cocina ya está otra vez atareado en lo suyo, serio y callado. En cuanto termine de escribir este apunte le ofrezco un johnny walker black y lo mando sin excusa a la cama. Mañana tiene que cargar otra vez la maleta y la bolsa del portátil para volver en su tren de postguerra a Extremadura…