Nombres de pájaros

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Pardelas pichonetas, pardelas capirotadas, paíños, petreles, fulmares, albatros, págalos pomarinos, alcatraces atlánticos, charranes petinegros, tórtolas, estorninos, águilas pescadoras, agujas colipintas, zopilotes, busardos, petirrojos, zorzales, correlimos, oropéndolas, totovías, collalbas: mientras leo este libro de Antonio Sandoval Rey, ¿Para qué sirven las aves?, tengo a mano un cuaderno en el que voy apuntando cada uno de los nombres de pájaros que menciona. Su variedad, su abundancia, tiene casi un efecto de mareo ornitológico, como de encontrarse debajo de uno de esos árboles en los que pían al mismo tiempo centenares de pájaros. Cada nombre indica una especie, una fisonomía particular, un canto o un graznido que no se parece a ningún otro, incluso muchas veces una historia tremenda de migraciones que abarcan continentes y océanos, que empiezan en el Ártico y llegan hasta el Sahel o hasta las Malvinas, que atraviesan el océano Pacífico, siguiendo al parecer los campos magnéticos de la Tierra. Antonio Sandoval empieza su libro en el cabo de la Estaca de Bares, en esa punta de Galicia y de Europa por la que pasan grandes caravanas migratorias. Su pasión es nombrar pájaros y contar pájaros. Las dos tareas parecen igual de difíciles: cómo distinguir esa silueta que cruza volando hasta el punto de atribuirle su nombre preciso; cómo cálcular cuántas aves atraviesan el cielo, o cuántas se avistan en un lugar y en una época determinadas, para contribuir así al mapa de su distribución y su supervivencia.

Antonio Sandoval cuenta las vidas de los pájaros tan animadamente como la historia de la Ornitología, y como en el mundo natural todo está conectado con todo, el campo de sus intereses y de sus entusiasmos abarca literalmente el planeta. Ahora, cuando salgo de casa y veo una bandada de pájaros en el cielo, o uan de esas tórtolas rentistas que abundan en mi barrio, me fijo mucho más, y es como si se me hubieran abierto los oídos a esos cantos solitarios o a esos clamores que antes apenas distinguía entre el ruido de fondo de la vida diaria.

Y también aprendo, qué remedio, sobre las barbaridades de las que también son víctimas las aves, los humedales desecados para construir urbanizaciones por culpa de las cuales de pronto se pierde una zona de descanso vital en las travesías planetarias, la tragedia de las mareas negras que se repiten y se repetirán  por esa mezcla explosiva que forman la codicia y la estupidez humanas. Antonio Sandoval, el observador contemplativo de los pájaros se viste con un mono de trabajo y acaba exhausto y embadurnado de petróleo después de pasarse días anteros rescatando aves marinas atrapadas por el légamo negro del naufragio del Prestige. 

En una página del libro encuentro el nombre de pájaro que más me conmueve; no había oído desde que era niño, y que no había visto nunca escrito, aunque formaba parte del vocabulario de la gente del campo: totovía.

Totovia