Decía Robert Graves que el primer verso de un poema lo dictan los dioses. Pasa lo mismo con la primera frase de una novela, o de un cuento. La novela más larga, la más pensada, no existirá a no ser que llegue, como de ninguna parte, la primera frase que termina en el primer punto, y que contendrá dentro de sí todo los miles o centenares de miles de palabras que vienen después. Por eso me gusta tanto fijarme en las primeras frases de los libros y me sé de memoria algunas de las que me parecen mejores.
Lo pienso hoy al repasar un libro que casi siempre tengo al alcance de la mano, la selección de los poemas de Emily Dickinson que hizo Thomas H. Johnson, y que se titula Final Harvest. Hay primeros versos en Dickinson que se clavan en la conciencia como un alfiler en la palma de la mano. Algunos son como arranques de historias, que impulsan a la búsqueda de una continuación. Otros tienen algo de vaticinios telegráficos, con esos guiones que sugieren la sequedad entrecortada del código morse.
Abro el libro siempre al azar, como quien abre el I Ching, sabiendo que recibiré una descarga inesperada, aunque el primer verso que lea lo haya leído muchas veces. Hace un momento, por ejemplo:
“Remorse -is Memory -Awake-“
“El remordimiento -es la memoria -despierta-”
Vuelvo a abrirlo y esta vez no puedo resistir la tentación de copiar entero el poema que me viene a los ojos, tan exacto y límpido, con su ritmo fácil de himno o de canción infantil, que no hace falta poner la traducción:
If I can stop one Heart from breaking
I shall not live in vain
If I can ease one Life the aching
Or cool one Pain
Or help one fainting Robin
Unto his Nest again
I shall not live in Vain.