Pura alegría

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Era la hora de ponerse a trabajar, según la santa rutina, que decía González-Ruano, el hábito de sentarse cada día en el escritorio, con ganas o sin ellas, la hora laboral de la media tarde, de abrir un cuaderno o levantar la tapa del portátil, de poner la radio a ver qué música hay. Pero cometí el error de mirar el correo y encontré el mensaje de la librería anunciándome que acababa de llegar mi encargo, el último libro de Alice Munro, Dear Life.


Ni trabajo ni nada. A los diez minutos estaba en el metro y media hora después tenía el libro en mis manos y había empezado a leerlo. Casi me paso de estación en el trayecto de vuelta. A los 81 años Alice Munro es mejor que nunca. Más seca, más poética, más capaz de concentrarse exactamente en los detalles significativos y dejar fuera todo lo demás, todo lo que no es esencial. Cada relato es un mundo completo comprimido en unas pocas páginas. Qué admiración, qué envidia. En ella dura la estirpe de Maupassant y de Chejov. No hay nadie como ella. Lo dice todo esa mirada de la foto, esa media sonrisa de perspicacia y de ironía.