Día tras día el nombre mismo del ministerio de Justicia se va convirtiendo más en un chiste macabro, y aquella máscara de conservador civilizado y melómano que cultivó durante años el ahora ministro se queda más en caricatura. Le gustaba presentarse como un hombre avanzado, como el reverso de la derecha bruta y extremista, la cual por lo demás le seguía el juego. No soy muy listo: a mí también me engañó. Luego se le vio la megalomanía despilfarradora cuando fue alcalde de Madrid: ciento veinte millones de euros parece que costó la reforma de la nueva sede del ayuntamiento en el antiguo edificio de Correos.
De aquella máscara este individuo ha pasado al obsceno descaro: recién aprobado el sabotaje contra el derecho universal a la justicia, ahora viene el indulto para esos policías catalanes condenados por ejercer la tortura. Las cosas claras. El que quiera justicia que se la pague. Y para obtener clemencia conviene ser un verdugo, más que una víctima, igual que para recibir ayuda pública es mejor haber estafado a los ahorradores de un banco que haberse quedado sin ahorros.
Al menos ya no gastan energía en engañar a nadie.