Despedidas

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Tan reciente la despedida de Philip Roth de la escritura hoy me encuentro con otra despedida, ésta de la música, las Cuatro últimas canciones de Richard Strauss, su adiós a la música en la extrema vejez, después de haber vivido varios apocalipsis, después de haber visto su país primero envilecido por el nazismo, por el que se dejó querer tan turbiamente, y luego destrozado por la guerra. Quizás hay vidas demasiado largas, o al menos duraciones que uno no quisiera para sí.

En el Auditorio Nacional la bella soprano Measha Brueggergosman ha cantado esta noche las canciones últimas de Strauss acompañada por la orquesta sinfónica de Radio Colonia. El director era Jukka-Pekka Saraste. He ido con Luis Suñén y al salir, hambrientos y confortados por la música, nos hemos tomado unas cañas y unas raciones en un bar de al lado. Las conversaciones de la amistad son imprevisibles: lo mismo denostamos a los gángsteres de la política madrileña que quieren cerrar el hospital de la Princesa que compartimos el fervor por los poemas de T.S. Eliot o por la Mahou de botellín y de grifo, nunca la de lata.

Han tocado también Las Oceánidas de Sibelius y una maravillosa Quinta de Beethoven, tan bien hecha que en ningún momento daba uno nada por supuesto, con esa virtud de las obras maestras para sorprender siempre, para dar siempre más de lo que uno esperaba y revelarle cosas que no conocía.

Me quedan sobre todo, cuando vuelvo solo a casa, por las calles vacías en la noche del domingo, esas canciones de Strauss, en particular la segunda, Septiembre, sobre un poema de Hermann Hesse, tan dulce y triste en un noviembre como éste, con el suelo lleno de hojas después de los días de lluvia, una canción escrita por un hombre de 84 años que se despide de la música y por lo tanto de la vida. Me parece una manera digna y serena de irse.