Una voz: Inés

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Una presencia familiar que no asocio a una cara; una voz familiar que sin embargo no he escuchado nunca, porque es una de esas voces silenciosas y asiduas a las que nos ha acostumbrado internet: gente muy próxima, y a la vez remota.

Cada semana, domingo por la noche o lunes, martes por la mañana a más tardar, envío mi crónica al periódico. En la barra de la dirección, apenas he escrito las primeras letras de su nombre, el programa me adivina las intenciones y me lo propone completo. A veces, en los periódicos, uno manda un artículo y nadie responde: como si se mandara lo escrito a una máquina y la máquina se encargara de publicarlo. Me acostumbré a su acuse de recibo inmediato, a sus preguntas sobre giros dudosos, a sus sugerencias de correcciones de errores o despistes: un nombre mal escrito, una frase a la que se le perdió el verbo.

Me daba seguridad una lectura tan atenta. Uno revisa lo escrito e intenta corregirlo con los cinco sentidos y siempre se le escapa algo, lo más obvio, delante de los ojos. Hoy lunes, esta mañana, me he levantado pronto  y lo primero que he hecho ha sido revisar el artículo que terminé anoche y enviarlo. Una letra y el nombre entero se escribe solo, como siempre. He pasado toda la mañana fuera, la mañana soleada y transparente de noviembre en Madrid, y al volver a casa he mirado el correo a ver si había alguna consulta sobre el artículo, algún error que remediar. He encontrado este mensaje:

Querido Antonio, a los 52 años recién cumplidos y tras 26 en El País, yo ya no estoy en el diario, sino en mi casa, afectada por el ere, y este correo quedará inservible, supongo, en horas. Quiero agradecerte de corazón, a ti y a Elvira, vuestro apoyo en las últimas semanas.
Ha sido un placer editar tus textos estos años en Babelia y muchos antes en Cultura. Cuidad a los compañeros. Gracias por todo, os seguiré leyendo en los libros. Besos