¿Y si la medida verdadera del talento de un narrador -un novelista o un cineasta- no la dieran los héroes, sino los secundarios que inventa? Un catálogo apresurado: el Caballero del Verde Gabán, en el Quijote; esa volandera Mademoille Vatnaz que pulula por La educación sentimental sin detenerse nunca; el Cottard y el Saniette y el Jupien y la Fraçoise de Proust; el boticario Homais de Madame Bovary; los secundarios en las películas de Howard Hawks o de John Ford o Berlanga; la nube de borrachines y charlatanes que circulan por Ulises; el criado gordo y dormilón en Los Papeles del Club Pickwick(pero Dickens es siempre un hervidero de secundarios memorables); el veterano de guerra trastornado que camina del brazo de su mujer en Mrs. Dalloway, el padre del narrador y protagonista en Tu rostro mañana, de Javier Marías.
Uno de mis secundarios preferidos de toda la literatura es don José Ido del Sagrario, el ex maestro hambriento y escribidor de folletines que aparece y desaparece en varias novelas de Galdós. El pobre Ido del Sagrario tiene una peculiaridad: está tan poco acostumbrado a comer bien que cuando alguien lo invita a un filete o a una chuleta le da fiebre y entra en una especie de delirio. Comer bien lo trastorna y va por ahí dando tumbos y no sabe lo que dice.
En esta época son tan raras las alegrías públicas que cuando uno recibe alguna corre el peligro de acabar como don José Ido del Sagrario después de comerse una chuleta. Más peligroso aún es llevarse nada menos que dos alegrías simultáneas: en Estados Unidos, la victoria de Obama, en España la sentencia del Tribunal Constitucional sobre los matrimonios homosexuales. Tiene uno tan poca costumbre de ir con los que ganan que se queda un poco alelado, como esas personas tímidas que no saben exteriorizar la alegría.
(Y con respecto a eso que dicen con tanta suficiencia los más listos, que no importa quien gane o pierda en Estados Unidos, que daba igual Obama que Romney: que les pregunten a las personas sin asistencia sanitaria, a los inmigrantes en peligro de deportación, a las mujeres, a los homosexuales, a los trabajadores de los estados industriales, a los que dependen de los programas de ayudas sociales para estar a un lado o al otro de las fronteras de la pobreza.)