Mientras mi querido Xavi Menós iba de puerta en puerta por suburbios ruinosos de Pennsylvania pidiendo el voto como voluntario para Barack Obama, en su tierra natal había patriotas que se tomaban la molestia de escribirle para llamarle traidor a Cataluña. Desconfiaría menos de los patriotas si no observara en ellos con tanta frecuencia la necesidad de encontrar traidores a la patria. Quizás por eso a Elvira y a mí no nos ha sorprendido que por firmar un manifiesto que llama sobre todo a la concordia nos miren con parecida inquina los profesionales del patriotismo español y los del patriotismo catalán. A Elvira incluso le ha escrito una señora de aquellas tierras para comunicarle que de ahora en adelante no comprará ninguno de sus libros.
Vivir entre dos países, tener repartidas las lealtades del corazón y las adhesiones políticas, depara ventajas y también inconvenientes. Las virtudes de cada uno de los dos lugares hacen que resalten más las carencias del otro. Cuando uno se encuentra saturado le basta un viaje para respirar más anchurosamente y reponer fuerzas en la distancia. Yo me curo de Madrid en Nueva York, y de Nueva York en Madrid. Las ventajas inmensas, y ahora tan en peligro, de España y Europa las valoro más porque vivo más o menos la mitad de mi vida en un país, Estados Unidos, en el que no existen, pero en el que también hay un cierto número de cosas que me gustaría encontrar aquí. Aquí, en general, lo único que se copia con devoción de Estados Unidos es lo más lamentable, la comida basura y la cultura basura. Incluso la parte más bravía del partido en el poder tiene como modelo de progreso y cohesión social el capitalismo despiadado de los republicanos de allá, lo cual es casi como tener como modelo de integración étnica el apartheid de Sudáfrica.
Así que, por si en España me faltaran sobresaltos políticos, esta noche estoy que no vivo con la expectación por el desenlace de la jornada electoral en mi casi otro país, y se me acentúa la nostalgia de los días de noviembre en mi otra ciudad(bien es verdad que esta mañana, en el Retiro, la luz dorada y el viento que removía un océano de hojas en las copas de los castaños y en los senderos se parecían a los de mi Rverside Park).
Recuerdo, hace ahora cuatro años, la felicidad de caminar a medianoche por Nueva York cuando la victoria de Obama ya estuvo clara, de bajar al metro y encontrar los andenes y los vagones llenos de gente que la celebraba.