Un viaje al otoño

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Veía esta mañana en el Retiro la claridad limpia y luminosa, la tierra húmeda y el aire despejado después de los días de lluvia, y pensaba que mañana, a la misma hora, estaré viendo una luz semejante en Úbeda. Será la claridad del presente y también la de tantos octubres sucesivos del pasado: porque cuando uno dejó de vivir en el lugar donde pasó sus pirmeros años el recuerdo se queda allí para siempre, esperándolo en cada regreso. Me voy, nos vamos, dentro de un rato. Mañana  si Dios quiere, como nunca se olvida mi madre de decir, me asomaré al paisaje que me toca más hondo, habiendo visto y disfrutado tantos en mi vida: el valle del Guadalquivir y Sierra Mágina desde el mirador de mi barrio de San Lorenzo, la bruma azul y dorada que flota sobre los olivares en la distancia. Nada más que tres días: tres días enteros, el tiempo entero de la vida que permanece allí, tan firme como mi casa cuando la veo al doblar la esquina de la plaza de San Lorenzo, en ese momento en que la sensación de la llegada adquiere una intensidad casi dolorosa.

(Y un ruego:  quien no sepa o no pueda o no quiera escribir sin ser faltón o insultante con mis invitados en este espacio, por favor que se ahorre el esfuerzo. Internet está lleno de sitios más adecuados para eso.)