Más lazos catalanes

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Editores catalanes viajan de Barcelona a Madrid y se encuentran a media mañana o a media tarde con escritores para hablar de libros ya escritos o de proyectos de libros: de esos viajes y encuentros está hecha una parte muy grande de la cultura literaria española, desde hace más de medio siglo, desde que Carlos Barral venía a Madrid y se instalaba en el hotel Suecia, o más exactamente en el bar del hotel Suecia, que ya no existe, y del que yo tengo tantos recuerdos, literarios y no. Rafael Borrás, editor inolvidable de tantos escritores de Madrid, solía citarlos, citarnos, en el bar del Palace.

Consciente de esa tradición voy esta tarde a un hotel para encontrarme con un querido editor de Barcelona, Joan Tarrida, de Galaxia Gutenberg. El final de las tardes yo suelo pasarlo escribiendo, pero de vez en cuando conversar sobre libros y sobre la vida en general  tomando un gin tonic en el bar de un hotel es una alternativa interesante. Tarrida es uno de esos editores que son activistas pasionales de la literatura. Publican lo que les gusta, pero también inducen a escribir lo que les gustaría leer. Fue él quien me embarcó hace ahora diez años, a raiz de mi novela Sefarad,  en el proyecto de una colección que titulamos La memoria del siglo: editar juntos, con buenas traducciones y diseño atractivo, algunos de los testimonios capitales del siglo XX, los del Gulag y los de los campos nazis. Se cruzó por medio mi trabajo en el Cervantes y la colección sufrió retrasos, pero creo que fue útil, que puso a disposición de los lectores españoles libros de memorias que no se habían traducido hasta entonces o que habían pasado inadvertidos en el tiempo de su publicación original.

A Tarrida lo acompañamos Luis Mateo Díez y yo en la presentación de un proyecto que parecía insensato, y que acabó convirtiéndose en un éxito de ventas: la inmensa Vida y Destino de Vasili Grossman traducida por Marta Rebón.

Hoy hablamos de un libro mío que imaginó él antes que yo, y que sin su empeño no habria existido: una colección de ensayos largos sobre arte que saldrá a finales de noviembre, y que se titula El atrevimiento de mirar: uno de esos libros que más o menos se escriben solos, de manera intermitente, según encargos diversos, a lo largo de los años, y que acaban teniendo una unidad inesperada. Están juntos algunos de mis pintores favoritos: Georges de la Tour, Goya, Picasso, Christian Schaad, Edward Hopper, Juan Genovés, Miguel Macaya. También un fotógrafo: Nicholas Nixon.

El gin tonic, las almendras saladas, la quietud del bar, son buenos alicientes para la conversación. Hablamos del libro que nos traemos entre manos pero hablamos sobre todo de literatura. También hablamos, inevitablemente, de las cosas que pasan. Como todas las personas que hacen un trabajo que les gusta mucho Joan tiene una saludable vena de optimismo. Cree que las personas normales prefieren llegar a acuerdos antes que llegar a las manos. Yo me pregunto entonces por qué parece haber tan pocas personas así en la vida pública. Me ha traído un libro que acaba de editar, Continente salvajede Keith Lowe, una historia de todas las cosas atroces que siguieron sucediendo en Europa entre 1945 y 1949. Y sin embargo poco después empezó a construirse la Unión Europea.

Me vuelvo a casa confortado, leyendo con impaciencia en el metro el principio del libro de Lowe. Hace milagros un buen gin tonic, un anochecer suave de mediados de octubre, una conversación en el bar tranquilo de un hotel.