Hacer preguntas

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Por si alguien no lo vio anoche, domingo, que lo busque en Internet, el programa de Jordi Evole Salvados, que trataba de la crisis de las cajas de ahorros y de las obras públicas insensatas de los años del delirio. Me gusta que este hombre, en vez de opinar y opinar, como hacemos casi todos, va a los sitios y pregunta a la gente, y escucha lo que le dicen. Su ficción irónica de candidez es una manera extraordinaria de aprender cosas, de hacer preguntas que provocan el estupor de los muy instalados o animan a explicarse con claridad a los que saben. Tenía que trabajar, porque por pereza e inercia trabajo absurdamente las tardes y las noches de los domingos preparando el artículo del sábado siguiente, pero me dí vacaciones y me senté a ver la televisión, lo cual ya se ha convertido para mí en una rareza. Cuánto aprendí, cuánto aprendimos, siguiendo a ese hombre entre comediante y reportero por aeropuertos vacíos, por estaciones de AVE en las que baja al día un solo pasajero, sintiendo que se nos contagiaba su cara de estupor cuando escuchaba la explicación de los despilfarros en las cajas quebradas. Y qué alivio, descansar durante un par de horas del encono de las opiniones. Si no hubiéramos estado tan mareados de palabras y de fantasmagorías patrióticas o partidistas durante todos estos años pasados habría sido más difícil que tantos ladrones se salieran con la suya, que tantos iluminados y tantos aprovechados tiraran en proyectos ahora ruinosos el dinero de todos que tanta falta nos hacía para resolver problemas verdaderos.

Para mejorar nuestras escuelas, por ejemplo, que no deberían servir para españolizar ni para catalanizar a nadie, sino para educar y civilizar, que buena falta nos hace.