Paseando con Stendhal

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Volví de Roma y sin pensarlo mucho fui a buscar el “Promenades dans Rome” de Stendhal, que me había acompañado en un viaje por la ciudad hará unos diez años, y al que no había vuelto desde entonces. Sin lectores casi en su tiempo, Stendhal fantaseaba con ser leído en un futuro lejano: en 1880, especulaba a veces, en 1930. Ha perdurado como esas pinturas al óleo en las que los colores siguen reluciendo al cabo de siglos. Su secreto es el de la naturalidad, que probablemente aprendió de Montaigne, pero que llevó mucho más lejos. Fue el maestro absoluto de la escritura instantánea. Nuestro Josep Pla lo tuvo siempre como modelo en la manera de escribir y en la de mirar. Su escepticismo no lo llevaba al desapego ni al cinismo, sino a la melancolía de una ilusión a la que no renunció nunca aunque la supiera muy frágil. Amaba la música de Mozart, la pintura de Rafael, la belleza de las mujeres inteligentes  de las que se enamoraba casi siempre en vano. En sus diarios de viaje, Stendhal escribe de lo que va viendo mientras pasea, de lo que se le pasa por la imaginación, de pintura y de arquitectura y de chismes que oye contar en un café, de música y de las mujeres que le gustan. Nadie ha escrito como él de la alegría de llegar a un concierto y estar esperando ilusionadamente a que empiece la música; nadie ha contado así la emoción gratuita de admirar la belleza. El otro día le leí a Elvira un pasaje que describía exactamente nuestra extenuación de cada noche romana: A pesar del calor extremo estamos siempre en movimiento, estamos hambrientos de verlo todo, y regresamos, cada noche, horriblemente fatigados”. 

Ahora estoy leyendoRoma, Nápoles y Florencia”. Con una inconsecuencia muy suya, Stendhal no nombra en el título la ciudad que ocupa más de la cuarta parte del libro, Milán, donde fue tan feliz que imaginó para sí mismo un epitafio que dijera: Arrigo Beyle, Milanese. El 28 de noviembre de 1816, a las cinco de la mañana, “a la salida de un baile”, anotó en su cuaderno: “La beauté n’est jamais, ce me semble, qu’une promesse de bonheur”.


Él no renunció nunca a esa promesa de felicidad.

Piazza della Scala (siglo XIX)
Piazza della Scala (siglo XIX)