Mano a mano

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Un tango bien cantado es una puñalada al corazón. Que yo sepa es la única forma de canción popular completamente nihilista. Más todavía que en su juventud desaparada y hambrienta de Buenos Aires Onetti amaba los tangos en su exilio de Madrid, y hablaba de ellos aún con más emoción que de sus novelas favoritas. La mezcla de dulzura y desgarro que hay en la prosa de Onetti viene de los tangos más que de Céline.

Me acuerdo de él esta mañana en el Retiro, en esa hora de la media mañana en la que son dueños del parque los jubilados y los haraganes y los músicos que no tienen otro sitio donde ensayar. Voy con la bici por la orilla del estanque y en un banco hay sentado un guitarrista, y a su lado, de pie, inclinado hacia él como para hacerle una confidencia, un hombre mayor de indudable voz porteña ensaya un tango. Bastan los versos que me da tiempo a escuchar mientras paso cerca para que se me oprima el corazón. Me alejo pedaleando y la música va conmigo. Cuando llego a casa le digo a Elvira los versos, que me he esforzado en no perder, porque ella sabe de tangos mucho más que yo. Inmediatamente lo identica, lo busca en Youtube y me lo pone cantado por Gardel: Mano a mano. Escucharlo es como leer uno de esos cuentos de Onetti que lo dejaban a uno tirado sobre la cama cuando era muy joven.