Uno cuenta para comprender las cosas uno mismo, antes que para explicarlas o transmitirlas. Según la neurociencia lo que hace el cerebro es convertir la complejidad inabarcable de la experiencia en un relato que se va tejiendo a cada momento, y del que procede esa precaria ilusión del yo.
Pero a veces hay tanto que contar y sucede todo tan rápido que la posibilidad de la narración queda bloqueada. Me ocurre estos días, después del viaje rápido a Úbeda, de esta mañana en la feria del Libro. Tantas sensaciones, tantos encuentros, tantas voces y caras y emociones sucesivas, simultáneas, tantos lugares comprimidos en tan poco tiempo: mi austera Andalucía interior desde la ventanilla del tren, tan ajena a esa Andalucía oficial que propaga la casta política, y que se parece tanto a la que propagaba el franquismo; la sierra de Mágina al otro lado del valle del Guadalquivir; las personas queridas, vistas de nuevo al cabo de meses o años, la certeza de alguna amistad inalterable, la casa grande en la que vivíamos tantos y en la que ahora solo vive mi madre, rodeada de fotografías y de presencias invisibles; la irrealidad de pisar el salón de actos del Instituto, el tirón del pasado no tan poderoso como el del porvenir, en estas caras de los estudiantes en las que habría que saber adivinar cómo serán sus vidas, qué posibilidades se revelarán en cada una de ellas, en qué clase de mundo se harán adultos. No siento nostalgia, sino todo lo contrario, urgencia, más en estos días en los que todo está en suspenso, en los que mirar las noticias encoge el corazón. Qué puede hacerse para que estas vidas no queden frustradas ni malbaratadas, para que el país que habiten no siga estando a merced de estafadores y ladrones, de demagogos y de ignorantes, habiendo tanta gente esforzada, inteligente y valiosa que cumple cada día con su tarea y que no tiene la menor influencia pública.
Pero todo sucede demasiado rápido. Con amigos a los que no visto en treinta años me tomo una cerveza durante veinte minutos. En una carpeta vieja encuentro cientos de páginas de borradores inconexos que tardarían mucho en cobrar poco a poco la forma de una novela. En el telediario hablan del posible rescate inminente de España.
De pronto estoy otra vez en la estación, de nuevo en un tren, ahora de vuelta, cruzando el mismo paisaje casi abstracto de olivos, queriendo contarme a mí mismo lo que acabo de vivir.