El mirlo y el jetlag

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Me despierto sin sueño, con la sensación de haber dormido muchas horas, pero al mirar el reloj descubro que no ha pasado más de hora y media desde que cerré los ojos. El cerebro mantiene obstinadamente sus ritmos circadianos, indiferente a la velocidad de los viajes. Pero ya no me pongo nervioso cuando el jetlag me trastorna el sueño. Es una cuestión de paciencia. Ya se adaptará el cuerpo al nuevo orden de las noches y los días. He aprendido a sacar provecho de esta lucidez inusitada en mitad de la noche, a las dos o las tres de la madrugada, cuando el silencio es más puro. Al cabo de un rato enciendo la luz y me pongo a leer. Estas noches de los regresos son muy propicias para las grandes lecturas. Soy ese lector que pedía James Joyce: un lector ideal, aquejado de un insomnio ideal.

Leo durante horas, acomodado en el silencio, cobijado en él, escuchando el silbido de un mirlo, la respuesta de otro un poco más lejos, en esta colonia de casas bajas y pequeños jardines. Estoy descubriendo a un escritor científico al que no sabía nada hasta ahora, Richard Fortey, que está a la altura de Richard Dawkins, aunque con la fuerza narrativa de un novelista de aventuras, con un sentido del humor que a veces me recuerda a Evelyn Waugh, o al mejor David Lodge, o a Bill Bryson: esa capacidad para explicar cosas muy serias con pleno rigor y con desenvuelta ironía. El libro se titula “Horseshoe Crabs and Velvet Worms:Story of the Animals and Plants That Time Has Left Behind”. Trata de eso, de fósiles vivientes, de seres vivos tan bien adaptados a la supervivencia que se han mantenido idénticos durante centenares de millones de años, cangrejos de herradura contemporáneos de los trilobites, ginkgos o helechos que pudieron servir de alimento y dar sombra a los dinosaurios, gusanos a los que no afectaron las grandes extinciones masivas que acabaron con más del noventa por ciento de las especies.

Cada vez lo pienso con más frecuencia: qué buena tiene que ser la ficción para competir con el simple relato de las cosas reales. Cuando los ojos se me cierran estoy leyendo acerca de un pequeño sapo que se llama ferreret y que vive exclusivamente en Mallorca, en ciertas lagunas apartadas de la sierra de Tramontana. Está empezando a amanecer. Se oye algo más de tráfico, pero el silbido del mirlo es igual de nítido. Dice Fortey: “La riqueza del mundo biológico es el rasgo más asombroso de la biosfera, y cada historia merece ser contada, por muy humilde o insular que sea el organismo al que corresponde”.

Alytes Muletensis
Alytes Muletensis