Ejecución del inocente

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Qué pocas veces una obra en prosa puede ser tan enigmática como un gran poema o como una gran pieza musical. El poema lo leemos una y otra vez y no es que tardemos en alcanzar su sentido y por lo tanto a dilucidar del todo un enigma sino que el enigma central sigue manteniéndose a pesar de que el poema irradia sentido de una manera constante, como emite radioactividad el uranio; el poema se lo aprende uno de memoria y se lo dice muchas veces y cuanto más lo conoce más sentido extrae de él y más intacto permanece sin embargo el misterio; el misterio central es el núcleo del que emana el sentido: no el mensaje, no el contenido, no una información que podría obtenerse por cualquier otro camino o un significado que pueda explicarse mediante la paráfrasis. Decía Flannery O’Connor que lo propio de la buena obra de ficción es precisamente no permitir la paráfrasis, no dejarse resumir o simplificar en la explicación. En el poema arde un fuego que no se apaga nunca, como en las notas de una música, que dura con llama desigual a lo largo de la vida de cada lector en el que prendió y en los mejores casos a lo largo de los siglos, resistiendo a casi todo, al olvido, a las traducciones, a la fragmentación. No sabemos hebreo pero la música y el sentido del Cantar de los cantares arden para nosotros en la traducción de la Biblia de Casiodoro de Reina y en el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz. Y en la conciencia y la memoria del aficionado a la música el Round Midnight de Thelonious Monk o la Hammerklavier sonata de Beethoven o la Chacona de Bach, por poner tres ejemplos de músicas despojadas que me son muy queridas, no se agotan nunca por más veces que se escuchen.

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El sacrificio de Isaac. Caravaggio
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