El Financial Times y el New York Times traen noticias alarmantes sobre España: sobre el agujero negro de las antiguas cajas de ahorros, sobre la deuda astronómica de bancos y grandes empresas. Florentino Pérez aparece en portada, pero no en la del cuadernillo de deportes, sin en el de economía. En las cajas de ahorros se cocinó el maridaje turbio entre los negocios y la política: los negocios parásitos y clientelares, la política irresponsable de populismo identitario y gasto sin medida. El resultado es que no sabemos qué va a suceder mañana mismo, y que el porvenir es una incógnita que da miedo. Ya no nos acordamos de cuando no se vivía con esta congoja, de cuando se negaba el peligro; cuando nos decían, por ejemplo, que en nuestro país no podría suceder un desastre financiero como el de Estados Unidos porque el Banco de España había mantenido un control estricto y sabio sobre las tentaciones especulativas. Ahora no hay dinero para nada: ya no nos acordamos de cuando había millones para un gasto tan necesario como mover unos metros la estatua de Colón en Madrid, o cambiar el enlosado público de media España.
Algo va a pasar y no sabemos lo que es. Hay una desmesura, un desarreglo de todo. Quizás el breve verano de prosperidad y estabilidad socialdemócrata que han disfrutado dos o tres generaciones en una parte bastante reducida del mundo va a dar paso a algo mucho más despiadado. Me gustaría saber qué idea tienen del porvenir esos que hacen tantas burlas sobre los socialdemócratas: cómo imaginan que van a disfrutar de la vida en cualquiera de esos sistemas en los que no hay defensa para lso trabajadores ni límite para la omnipotencia y la crueldad de los que lo tienen todo y quieren más todavía.
Comemos hoy con un amigo, agente inmobiliario, y nos habla de los precios desmesurados de los apartamentos que compran en Nueva York los nuevos amos de la Tierra, los plutócratas chinos y rusos. En la calle 57 y la Sexta Avenida se está construyendo la que será la torre de apartamentos más alta del mundo. Los precios ya se calcula que llegarán a los ciento cincuenta millones de dólares. Cerca del restaurante donde almorzamos hay una torre construida hace poco que da a Central Park. En ella, nos cuenta nuestro amigo, un multimillonario ruso ha comprado un apartamento para una hija suya que se ha venido a estudiar a Nueva York. Ha pagado por él ochenta y ocho millones de dólares. Le pregunto cómo hizo su fortuna: era un jerarca soviético que se apoderó de una fábrica de fertilizantes. Hoy es el mayor proveedor de fertilizantes del planeta.