Teresa viajera

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Al viajero que viene desde muy lejos hay que fatigarlo a preguntas, como le harían sus paisanos a Marco Polo cuando volviera a Venecia. Nuestra amiga Teresa llega después de un vuelo de trece o catorce horas desde Tokio y está tan fresca como si hubiera viajado de Cádiz al Puerto en el vapor de la Bahía, por nombrar sitios que le son muy queridos. Teresa es una gaditana muy trabajadora y muy alegre a la que conocimos cuando estuvo de becaria conmigo en el Cervantes de Nueva York. Tiene el acento dulce y cantor de su tierra pero también habla fluidamente, que yo sepa, italiano e inglés, y después de un año dirigiendo las actividades culturales en el Cervantes de Tokio ha empezado a defenderse en japonés. En Roma aprendió italiano y trabajó para la FAO. Ahora vuelve unos días a Nueva York y tiene la sensación de no haberse marchado nunca. Se dedica con absoluta entrega a lo suyo pero por cualquier motivo estalla en una carcajada que llena la casa. Sale con Elvira a comprar algo en el supermercado y vuelven las dos tan contentas al cabo de muchas horas. Nos cuenta cosas: como es tan intrépida se ha ido sola de vacaciones a Kuala Lumpur y a Hong Kong y ha practicado submarinismo en Tailandia. Dice que el sitio más feo que ha visitado en el mundo es Shanghai: bosques de rascacielos grises perdiéndose en una lejanía sucia de contaminación, calles inmundas llenas de mendigos y tráfico, consumo demencial de marcas falsificadas y de marcas auténticas. Nos habla de la extremada timidez de los hombres japoneses, a los que amedrentan las mujeres occidentales, que miran a los ojos. Nos cuenta que en Tokio, en el barrio de la diversión nocturna, hay máquinas expendedoras de bragas usadas y sucias. Son más caras las que llevan adjunta la foto de la mujer que se las puso.