Las estaciones

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El lunes había llegado plenamente la primavera, después de este raro invierno en el que casi ningún día llegó a sentirse de verdad el frío, y en el que apenas ha nevado. Daba algo de mareo el espectáculo de los cerezos y los almendros florecidos, las aceras y las terrazas llenas de gente, los vestidos ligeros, las piernas y los hombros desnudos, la efervescencia en las voces más altas y en la suavidad del aire.

El lunes había llegado la primavera y de pronto se aceleró el tiempo y el miércoles era verano. A las diez de la mañana, cruzando Central Park, había ya una bruma de jungla en el aire. Por la tarde, en la orilla del río, familias dominicanas tomaban el fresco y encendían barbacoas, como si fuera ya Memorial Day, a finales de mayo, el comienzo oficioso de la temporada de verano. La brisa cálida traía músicas de salsa y de raggetón y olores de carne y grasa a la parrilla.

Cada día era un viaje anticipado en el tiempo. Pero ayer por la noche había niebla, hacía frío, gotas de llovizna helada pinchaban la cara y las manos. En el silencio hondo de la noche del sábado daba la impresión de que los días pudieran avanzar igual hacia el pasado que hacia el futuro.

Antonio Muñoz Molina
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