Paco querido

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Nos dijo Agustín por teléfono que Paco Valladares no había sufrido al final y eso nos dejó un consuelo triste. Llevaba varios años resistiendo la leucemia: con entereza, incluso con ironía, con ese sentido del humor que era una de las formas de su inteligencia. La leucemia se iba, o eso parecía, y regresaba al cabo de un tiempo, y Paco tenía que volver al hospital y que resignarse a la pérdida del pelo, y casi lo más doloroso, resignarse también a no hacer ciertos papeles que le habían ofrecido. El pelo volvía a salirle y hasta lo rejuvenecía, más crespo ahora, como si de repente Paco se hubiera decidido por un corte más moderno. Nos mandaba mensajes, inquieto por nuestro paradero, urgiéndonos a quedar en cuanto regresáramos a Madrid. Era igual de cariñoso con nuestros padres que con nuestros hijos, y como lo conocíamos y lo queríamos desde hace tantos años era como alguien de la familia, un tío, por ejemplo, nunca un abuelo, menos aún con esa estatura y esa sonrisa en la que duraba el galán joven que fue. A Elvira la protegía y la cuidaba y la llevaba a Prado del Rey y de vuelta a Madrid cuando los dos trabajaban en Televisión española, ella escribiendo guiones cómicos, él interpretándolos, convirtiéndose en aquellos personajes bondadosos, distraídos y un poco tontorrones que Elvira inventaba para él, que tenía algo de monigotos de tebeo de Brugera. Cuando nos casamos él nos llevó en su coche al Escorial y su gran empaque de hombre muy alto con pelo cano y abrigo oscuro le dio seriedad a la ceremonia en una dependencia del juzgado que por algún motivo era la sala de exposiciones de un pequeño centro cultural. Cuando ingresé en la Academia, Paco, experto en indumentarias, supervisó mi frac alquilado y me puso unos gemelos que él mismo me había regalado, y una vez más nos hizo de chófer. Le gustaba la música, el teatro, la literatura, las cenas prolongadas después de una función. No le gustaba nada la pedantería. A mi madre la llamaba de vez en cuando por teléfono, sabiendo que estaba sola en Úbeda, y cuando se enteraba de que había venido a Madrid le hacía siempre una visita. A ella la halagaban esos gestos de cariño de un actor al que había visto tanto en la televisión y en el teatro. Hablé con él por última vez el día de mi cumpleaños, cuando me llamó para felicitarme y despedirse, porque sabía que íbamos a pasar unos meses sin vernos. Su voz era la misma, saludable y sonora, pero me dijo que había tenido que suspender una gira. Los actores viven en el día a día de su trabajo incierto y no hacer unas funciones por la razón que sea siempre los desazona. Ayer, de pronto, Elvira y yo nos dimos cuenta de que por primera vez estábamos hablando de él en pasado.