Hay un cierto tipo de diarios que me gusta mucho leer: los de personas que han ocupado una cierta posición lateral en la vida pública, que eran sociables y un poco chismosas, que tenían más curiosidad por los demás que por sí mismos. Como no eran tan importantes como para ocupar el centro de atención tenían tiempo y ánimo para fijarse más. Por eso disfruté y aprendí tanto leyendo los diarios de Carlos Morla Lynch, el diplomático chileno que llegó a España en 1928 y asistió a todo el hervidero de la vida política y literaria de Madrid de los años 30, y por supuesto también a la guerra. En las memorias las cosas están escritas con la ventaja de lo retrospectivo: es en los diarios donde se atrapa el presente, la materia cotidiana y valiosa que acabará luego en el olvido o en los libros de historia. Un día de abril de 1936 Morla Lynch estuvo con García Lorca en el teatro de la comedia viendo un recital de spirituals de Marian Anderson. Cuando salieron había guardias de asalto con fusiles apostados por las esquinas. Otro día, en julio, Lorca no se presentó a su casa a cenar y era que se había marchado a Granada, creyendo que allí estaría más seguro que en Madrid.
Estos días he estado leyendo como un vicio los diarios de Arthur M. Schlesinger, que hizo anotaciones puntuales durante casi medio siglo, entre 1952 y 2000, y que fue miembro del ala más liberal del partido Demócrata, asesor del presidente Kennedy, amigo y colaborador de su hermano Robert, profesor de Historia. Schlesinger es el diarista perfecto: le interesa todo, la política, la gente célebre, la literatura, los buenos licores, los viajes. Le presentan en una fiesta a Groucho Marx, a quien admira mucho; Groucho le pregunta que si está casado y él dice que sí, y que su mujer está embarazada, y Groucho salta como un rayo: “¿De quién?” Ve a Nixon años después de su dimisión como presidente y dice que parece un hombre que llevara una máscara de de Nixon. Y cuando Reagan termina su segundo mandato entre la reverencia general, Schlesinger le hace en dos líneas un retrato fulminante: “Reagan, ese gran patriota que nunca fue a la guerra, ese gran creyente que nunca pisó la iglesia, ese gran hombre de familia que nunca vio a sus hijos”.