Lo inesperado

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Joe Horowitz me había escrito preguntándome si le podía recomendar alguna cantaora para el Amor brujo que el PostClassical Ensemble va a hacer en Nueva York en mayo. Casualmente Elvira había estado hace unos días en el Cervantes viendo a Rocío Márquez, que cantaba acompañada al piano por Rosa Torres-Pardo, y se había enamorado de su voz, tan delicada y joven, una voz flamenca que parece hecha para los cantes livianos, pero que puede volverse desgarrada y severa cuando la ocasión lo exige. Pero Rocío se marcha mañana a primera hora a Chicago, de modo que era difícil organizar un encuentro. Por fin quedamos en que ella y Rosa vendrían a casa esta tarde. Por suerte Joe no vive lejos y estaba más que dispuesto a conocer a Rocío. Me preguntó si podía venir también Igal Perry, el coreógrafo que trabaja con él.

No hay mucho tiempo para el encuentro. Todo el mundo tiene cosas que hacer. A Joe le he recomendado que vea los videos de Rocío en YouTube. Se considera la posibilidad de ir a casa de Joe, donde hay un piano, para que toque Rosa y cante Rocío. Pero se hace tarde y además ellas no han traído partituras. Y entonces Elvira le pregunta a Rocío que si puede cantar algo, así, de golpe, para que Igal y Joe la escuchen.

Rocío se pone en cuclillas junto a la mesa del salón para llevar el compás golpeando con los nudillos y con la mano abierta. Traga saliva, entona, canta un fandango de Huelva, y en este espacio tan reducido entiendo la exactitud de esa expresión, un chorro de voz: la voz de Rocío es un caudal poderoso y limpio, sin más acompañamiento que el de sus nudillos, y los demás la escuchamos sobrecogidos, golpeados por ella como por un caño de agua que empujara contra el pecho. La cara de Rocío se pone roja, y su expresión es de trance, los ojos cerrados.

Cuando termina abre los ojos como si despertara. Para cantar una debla cambia de postura: ahora tiene que estar más alta, y se sienta en el brazo del sillón, y ya ni siquiera lleva el compás. Uno se acuerda de que el flamenco era un arte de lugares estrechos y cerrados, no de teatros, algo que sucede en un cuarto ante un grupo reducido de gente o en un tablao pequeño. Esta chica tan joven que viste a la última moda y lleva un iPhone en el bolso y habla con educación y timidez de pronto ha cobrado mientras cantaba una estatura de majestad primitiva.

Cómo seguir hablando luego, como si tal cosa, en esta sala de estar de todos los días, con el sofá, el televisor, el equipo de música, los periódicos. Algunas cosas cambian para siempre los lugares en los que han sucedido.