La misma palabra que en un idioma suena truculenta en otro es cotidiana y trivial. Vino el exterminator, que se ocupa de acabar, en la medida de lo posible, con cucarachas y ratones en una ciudad que tiene algo de jungla industrial decrépita -Senegal con máquinas, la llamó García Lorca. Al principio me llama ‘Sir’ y se ocupa aplicadamente de buscar posibles orificios de entrada detrás de los muebles de la cocina y de los radiadores de la calefacción, tan viejos que a veces suenan en mitad de la noche con gorgoteos y martillazos de almas en pena. Es joven, rápido, menudo, con el pelo muy negro, los ojos oscuros, la cara morena de puertorriqueño o dominicano, pero a mí se dirige en inglés, aunque sabe que hablo español. Al español pasa cuando habla con al señora de la limpieza, una colombiana diminuta y de fulgurantes ojos verdes que se llama Rubiela y aspira a que la llamen Fanny. Rubiela viene cada quince días pero revoluciona la casa entera con las emisoras latinas que pone en la radio y con los consejos de vegetarianismo y de misticismo hindú que nos imparte mientras limpia, sin que parezca que le importe mucho su falta de éxito. Cuando se despide lo hace con un extraordinario diminutivo colombiano: Chaíto. Que el exterminator hable con nosotros en inglés y un minuto después con ella en español es un rasgo llamativo de este bilingüismo que se ha impuesto en la ciudad. Entra en el estudio y me ve escribiendo en el portátil y se me queda mirando con aire de intriga, mientras levanta la tapa del radiador en busca de agujeros de ratones:
–You workin’, bro?
Lo dice como si no acabara de creerse que estar sentado en casa a media mañana tecleando en un ordenador sea de verdad un trabajo. El suyo se ve que le gusta mucho. Aparte de exterminator es criador de perros. Como ve que soy proclive a que me dé conversación saca el iPhone y me enseña sucesivamente dos tipos de fotos: fotos de los perros que cría; fotos de las ratas que caza. Da detalles abundantes sobre los unos y las otras. Cuando le pregunto por qué eligió el oficio de exterminar ratas e insectos hace un gesto filosófico:
–Just for the money, man.
Hace diez años trabajaba fregando platos en restaurantes. No recuerdo la cantidad mísera que me dijo que cobraba por hora. Un día, en uno de los restaurantes en los que se pasaba doce o catorce horas doblado sobre el fregadero, aparecieron ratas y vio llegar al experto que se ocupaba de ellas. Le preguntó cuanto ganaba y no pudo creérselo. Llegaba, se quedaba un rato, miraba, ponía trampas y veneno, se iba, sin ensuciarse, respetado por todos, bien pagado. Así nació una vocación.