Música sacra

Publicado el

Una vida musical medio secreta y medio subterránea existe en las iglesias, centros comunitarios, escuelas de Nueva York. Músicos admirables tocan en salones de actos grandes, sólidos, siempre un poco desastrados, para un público que se entera más o menos confidencialmente de esas convocatorias que pocas veces salen en el periódico. Las iglesias son muchas veces centros cívicos que albergan teatros y servicios sociales. En una de ellas, episcopaliana, la de St. Mary the Virgin, es párroco nuestro amigo Jay Smith, a quien Elvira dedica algunas de las mejores páginas en Lugares que no quiero compartir con nadie. Para un español es raro asociar la iglesia o la religión a actitudes progresistas, a formas hondas de arraigo en la vida común.

A una de estas iglesias, la Middle Collegiate Church, que está en la parte que fue más bohemia del East Village, hemos ido esta noche a ver a unos músicos que tocaban el A Love Supreme de John Coltrane, que es una de las grandes obras de música sacra del siglo pasado, digna del War Requiem de Britten o del Requiem de Ligeti, o del Black, Brown and Blue de Duke Ellington, o de las músicas más contemplativas de Messiaen. En esta iglesia de barrio en la que se pagaba un donativo de 15 dólares tocaba esta noche el piano nada menos que el inmenso Uri Caine, con un aspecto como de aficionado tranquilo, con un polo y unos vaqueros y unas zapatillas de deporte. Y junto a él(no quiero olvidarme de nadie), Roy Campbell tocando toda clase de trompetas y una flauta, Louie Belogenis al saxo tenor y soprano, Hilliard Greene al bajo, Michael Wimberly a la batería. Y además una soprano, Beth Anne Hatton, que cantaba al final como un largo spiritual la oración que escribió Coltrane para acompañar su obra.

No era una repetición mimética del disco: era el A Love Supreme que grabó Coltrane y sin embargo los músicos improvisaban con toda libertad en torno a los temas principales, con una furia como la del John Coltrane visionario de los últimos discos. Michael Wimberly tocaba la batería como reviviendo los profundos ritmos africanos de Elvin Jones. En un momento dado hace un dúo con la trompeta en sordina y no puede haber una música más pura. Uri Caine elude con perfecta elegancia cualquier clase de protagonismo: se suma, como los otros, a la invocación de John Coltrane, al temblor de una música que es terrenal y temeraria y también es una oración. No hace falta creer en Dios para sentir que se está presenciando una música sagrada.

 Coltrane's A Love Supreme