Qué porvenir

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Había pasado la mañana trabajando en la biblioteca pública de la calle 113 y bajaba por Broadway un poco aturdido y dsfrutando del sol de esta rara primavera en invierno. Por costumbre, por vicio, me paré delante de uno de los puestos de libros usados. Estaba tan ensimismado que tardé en reaccionar cuando una pareja, visiblemente española, se acercó a mí sonriendo, con esa mezcla de desenvoltura y buena educación que encuentra uno ahora muchas veces en la gente más joven. Me preguntaron si podían hacerse una foto conmigo. El vendedor que me ve tantas veces pararme y al que casi siempre compro algo miraba intrigado.

Ni él ni ella tenían pinta de turistas. En este barrio no suele haberlos. Les pregunté qué hacían, y me contaron la historia habitual: ella hacía un doctorado en Políticas, en Columbia; él estaba en un máster, también en Políticas, gracias a una de esas buenas becas que hay en España. Los dos tienen un aire despierto y jovial. Los dos me dicen que les gusta mucho lo que hacen, que están aprendiendo muchísimo, que tienen pocas esperanzas de encontrar un puesto si vuelven a España.

Me acuerdo de lo que contaba aquí el otro día Daniel Bilbao: el trabajo miserable y tramposo que le ofrecen después de un año en paro. Personas capaces, preparadas y con ganas de trabajar no encuentran nada después de los cincuenta años. Pero la gente joven o no encuentra nada o llega a los treinta con contratos mezquinos, o sin contrato, becarios eternos en empresas que aprovechan la crisis para descargarse de cualquier obligación laboral: empresas con directivos que cobran millones y que extorsionan a trabajadores jóvenes con sueldos de vergüenza y los chantajean con el miedo al despido. Si a los treinta y tantos no se tiene un trabajo estable y a los cincuenta y tantos no hay lugar para uno, ¿cómo se sostiene un país? ¿Durante cuánto tiempo? El único sector en el que no hay despidos es el de la política y sus redes clientelares.

Me acuerdo de esos chicos de Columbia, de Daniel Bilbao, de mi cuñado Eufrasio, que se encuentra en la calle con cincuenta años, cuando leo en El País un artículo que publica hoy mi amigo William Chislett, lleno de cifras y de observaciones sensatas, y precedido por una cita de George Orwell que a los dos nos gusta mucho. Qué porvenir nos espera.

 INGSOC