Szymborska: una despedida

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En las fotos Wislawa Szymborska tiene una expresión de inteligencia y bondad, y de distancia benévola hacia las pompas del mundo, que la tomaron tan por sorpresa en 1996, cuando el premio Nobel le trastornó la vida y a tantos de nosotros nos dio la oportunidad de descubrirla. Algo único que había en ella era la mezcla de sentido de la tragedia y sentido del humor: sabía mirar la brutalidad del poder y también su ridículo, que tantas veces lo hace todavía más peligroso. Con Mozart, con Paul Klee, con Lester Young, compartía la capacidad de ser ligera y honda al mismo tiempo. Su sarcasmo quizás lo ha heredado en parte Charles Simic, pero en Szymborska hay más compasión, esa sonrisa cervantina nunca borrada por la amargura. A quién sino a ella podría ocurrírsele escribir un poema desde el punto de vista del perro de un tirano, o del gato de alguien que ha muerto. Frente a la épica imbécil de los que desatan las guerras, ella escribió sobre el heroísmo de los que una vez llegada la paz escarban en las ruinas y recogen los cascotes.

Drenka Willen, mi editora, que la conoció bien y publicó su poesía en inglés, me cuenta que era tal como imagina uno leyendo los poemas o mirando las fotos: aguda, cordial, atenta a todo.

Si sus poemas, traducidos al inglés o al español, suenan casi siempre tan bien, uno se pregunta cómo será leerlos en polaco, escuchar y comprender las palabras verdaderas que ella escribió.

Antonio Muñoz Molina
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