Los heterónimos

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Un amigo mío, uno de esos poetas que brillan menos de lo que se merecen -lo cual es casi una definición del oficio de poeta- , tuvo que dedicarse durante unos años a escribirle los discursos al jerifalte máximo de la institución en la que trabaja como funcionario. Al cabo de algún tiempo, mi amigo descubrió un hecho misterioso: el jerifalte, desde el momento en que leía un discurso, se olvidaba de que no era él quien lo había escrito. Decía, por ejemplo: “Anoche estuve ocurrente, la verdad”. Y lo decía con toda naturalidad delante de la persona misma que le había escrito aquellas ocurrencias. Llamaba a mi amigo a su despacho para encargarle un nuevo discurso y le decía: “Estaría bien que pusieras aquella idea que tuve la semana pasada, ¿no te acuerdas?” Claro que mi amigo se acordaba: la idea era suya, y era una tontería. Con perfecta sinceridad el jerifalte se envanecía de lo que otro le había escrito de mala gana y a toda velocidad, incluso con bastante sarcasmo. Publicó sus discursos completos y le dedicó a mi amigo un ejemplar.

Otro conocido mío, también funcionario, le escribía discursos a su jefe poniendo siempre una firma implícita, para que los amigos supiéramos que era él el autor, y para que nos diera la risa. La firma era “trasnochado y falaz”. Aquel preboste daba un discurso inaugurando una carretera comarcal, o presentando una carrera ciclista, o un concurso de gastronomía, y en algún momento saltaban esos dos adjetivos: trasnochado y falaz. Los dos juntos. “No creemos en la idea trasnochada y falaz de que la cocina andaluza no es comparable a otras cocinas del Estado”; “Una izquierda(o una derecha)transnochada y falaz se niega a apostar por las nuevas tecnologias”, etc.

El periodista mallorquín Antoni Alemany le escribía los discursos a Jaume Matas, presidente de las Baleares, pero en un ejercicio literario no lejano de los heterónimos de Antonio Machado o de Fernando Pessoa escribía también en su periódico las crónicas de esos discursos, y los glosaba y los celebraba. Pessoa llamaba a su invento de personajes fantasmales “ drama em gente”. La voz de Alberto Caeiro, la de Ricardo Reis, la de  Alvaro de Campos o Bernardo Soares nacían de él pero no era la suya. Juan de Mairena no es un trasunto de Antonio Machado. Quizás el periodista Alemany admiraba de corazón los discursos que él mismo había escrito cuando los escuchaba en la voz de su protector Matas, y al mismo tiempo veía las actuaciones de ese político como las de un personaje inventado por él.

Hay una pequeña diferencia, no del todo literaria. Fernando Pessoa era tan pobre como Antonio Machado. Mis amigos autores de discursos nunca ganaron ni un céntimo extra. Pero parece ser que este periodista aficionado a los heterónimos consiguió una subvención de medio millón de euros para su agencia de noticias.

Pessoa
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