En 1950 Karl Popper, de viaje en Estados Unidos, visitó a Einstein en su casa de Princeton. En Unended Quest, una autobiografía a ratos luminosa y a ratos árida y difícil de leer -a mí me cuesta mucho seguir el pensamiento abstracto- Popper recuerda aquel encuentro:
“Es difícil transmitir la impresión causada por la personalidad de Einstein.Quizás puede ser descrita diciendo que uno se sentía inmediatamente cómodo a su lado. Era imposible no confiar en él, no confiarse de manera implícita a su rectitud, su cordialidad, su buen sentido, su sabiduría, a su casi infantil simplicidad”.