Montaigne, Moreno Villa

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Empieza bien el año. Leyendo por trabajo y por vicio. Por trabajo, gustoso: Memoria, de José Moreno Villa, el volumen magnífico que ha publicado la Residencia de Estudiantes, en una edición de Juan Pérez de Ayala. En el libro está  Vida en claro, las memorias de Moreno Villa que publicó hace muchos años el Fondo de Cultura Económica, probablemente, a mi juicio, el mejor testimonio sobre la España de aquella edad de plata que había empezado mucho antes de la República pero que terminó con su derrota. También están muchas de las rememoraciones que escribió para periódicos mexicanos, y fragmentos hasta ahora inéditos de un diario que para mí tiene un significado muy particular: es el diario que Moreno Villa escribió en el verano y el otoño de 1936, justo la misma época que yo quise imaginar en mi novela La noche de los tiempos. Cuando la escribía yo ignoraba la existencia de ese diario. Ahora veo detalles que no supe inventar: que a finales de octubre del 36, cuando el ejército sublevado se acercaba a Madrid, hacía un otoño suave y luminoso, por ejemplo. En mi novela, literariamente, está nublado y hace frío. Pero entre el Moreno Villa que yo intuía a partir de Vida en claro y el que encuentro en estas páginas no hay mucha diferencia. Un hombre bueno y solitario que se encuentra perdido, que a los cincuenta años lo pierde todo y ha de empezar otra vida.

La lectura por vicio, como tantas veces, es Montaigne. Leo la edición francesa de bolsillo y completo mi francés insuficiente con el diccionario Robert Micro y consultando a veces la traducción de J.Bayod Brau para El Acantilado. Montaigne es más vicio todavía en edición de bolsillo porque se lleva en la chaqueta o en la gabardina y se lee en la cama y no hay manera de dejarlo, como la voz querida de alguien que no para de hablar y que otras veces calla de pronto para convertirse en la voz de mi propia conciencia, la voz errante y perezosa que va conmigo fijándose en todo, comentándolo todo, con sentido del humor, con ironía, con templanza, con ilimitada curiosidad y tolerancia. Dejar a Montaigne para hace otra cosa es como dejar el diván donde uno se ha echado a la siesta. Cualquier otra tarea parece un esfuerzo y un aburrimiento. No pinto el ser, dice: Pinto el tránsito. No el tránsito de una edad a otra, o como dice el pueblo, de siete en siete años: sino de un día para otro, de minuto a minuto.

Poco a poco el trabajo y el vicio coinciden. Como Montaigne, Moreno Villa era un hombre liberal y apacible que vivió en tiempos de fanatismos sanguinarios; como él, tuvo el sueño modesto de vivir en una habitación, “el cuarto deseado”, dice él mismo, un lugar de trabajo, sosiego y holganza, abierto al mundo y separado del mundo, con buenos libros y buenas ventanas. Dos maestros cordiales para esta época de sobresaltos que nadie sabe a dónde nos lleva.