Cocina y música, la combinación perfecta; preparar la comida mientras inundan la cocina el sol de la media mañana del sábado y un programa de flamenco que hay a esa hora en Radio Clásica. No ponen discos, sino conciertos grabados en directo. Hace dos sábados, mientras preparaba un arroz caldoso con verduras y langostinos, una cantaora insigne de Cádiz, Mariana Cornejo. Anteayer, en un día de mucho descanso y quietud tras el agotamiento de un viaje, Marina Heredia. Mi repertorio como cocinero es limitado: de nuevo hacía un arroz, esta vez con pollo.
Me emocionaba más escuchar a Marina Heredia porque cuando la conocí, en Granada, era una niña. Es hija de un gran cantaor amigo mío de entonces, Jaime Heredia El Parrón. Jaime tenía una voz ronca y sabia y un perfil como de indio Cherokee. Una noche de principios de los ochenta cantó con su cuadro flamenco en un escenario al aire libre que montamos en la plaza de Bibrrambla. Al final del concierto le hice entrega de un sobre con el pago modesto de su actuación. Con su generosidad de flamenco antiguo Jaime me incluyó en la tropa numerosa de sus invitados de esa noche y cuando llegó el amanecer el sobre del dinero estaba vacío y todos nosotros extenuados y felices, aunque con un recuerdo vago de las últimas horas.
A Marina se le nota mucho que es hija de su padre. Canta con desgarro y dulzura, con un conocimiento muy sólido de la tradición y de las particularidades de los cantes granadinos. Termina el concierto cuando yo ya estoy a punto de echar el arroz, y da un quiebro que sorprende aunque no es menos auténtico: del Albaicín de Granada a la canción flamenca con inspiración de bolero, con una efusión sentimental de suburbio y barra americana. Marina Heredia canta dos rumbas del gran Bambino, Tienes la línea de los labios fríos y luego Voy a mojarme los labios con agua bendita, y su autoridad es tan indiscutible como cuando un poco antes cantaba por soleares.