Con la profesora Maribel Cintas tenemos una deuda impagable los aficionados a la literatura y a la razón democrática. Desde hace muchos años, con erudición y sensibilidad, María Isabel Cintas ha recuperado la obra de Manuel Chaves Nogales, ese olvidado que se nos vuelve cada día más actual, casi setenta años después de su muerte en el destierro. Ahora se piensa que los libros aparecen por generación espontánea, sin que haga falta editarlos, cuidarlos, amarlos, dedicarles una parte de la propia vida. Pero sin María Isabel Cintas simplemente no habría casi nadie que supiera quién fue Chaves Nogales y su mirada serena y lúcida, que tanta falta nos hace, estaría perdida.
El último hallazgo, después de mucho tiempo de búsqueda por hemerotecas recónditas, se titula La defensa de Madrid y acaba de publicarlo Renacimiento. Tuve la suerte de leer sus páginas fotocopiadas hace unos meses, porque Abelardo Linares, el editor, me invitó a que escribiera una introducción. El libro es asombroso: está a la altura de A sangre y fuego, en su calidad de escritura, en su testimonio histórico, en su clarividencia política. El relato de la búsqueda de Maribel Cintas ya es en sí mismo novelesco. Y la edición es tan cuidada, tan grata para la mirada y para el tacto, que su invitación a la lectura no puede resistirse.
Qué injusta es la justicia póstuma. Imagino a Chaves Nogales, muriéndose de apendicitis en un hospital de Londres, en 1944, durante la guerra, muy poco antes de la gran esperanza del desembarco en Normandía, lejos de su país, con la desolación de la enfermedad agravada por la extranjería, pensando con amargura que todo su esfuerzo de escritor no había servido para nada, que de los millares de páginas escritas durante tantos años de oficio no quedaría nada.