Es alucinante la información sobre la nueva corruptela administrativa descubierta en Valencia, en esa empresa municipal que tenía encomendada, irónicamente, la tarea de depurar residuos. Asombra el grado de sinvergonzonería de que son capaces las personas, pero asombra más hasta qué punto la administración pública española ha sido despojada de los mecanismos de legalidad y control. Creer que el remedio para la corrupción son los jueces es como confiar en los servicios de urgencias de los hospitales para arreglar los accidentes de tráfico. La prevención es la justicia más eficaz y más barata. Igual que los accidentes se previenen aplicando a rajatabla un códico de circulación efectivo y racional, la corrupción no dejará de ensuciarlo todo si de una vez por todas no se acaba con el clientelismo, el enchufe, la injerencia política, el arbitrio impune. En los años ochenta, cuando yo era funcionario público, los partidos prometían en sus programas la creación de la carrera administrativa: primero, un acceso riguroso y justo a los puestos; segundo, la independencia profesional; tercero, la posibilidad de ir ascendiendo en la administración de acuerdo a criterios objetivos de mérito y experiencia.
Todo quedó en el tintero. Les pareció preferible, a todos los partidos, eliminar controles legales, ampliar el ámbito de las decisiones y de los gastos que solo dependían de ellos, premiar la obediencia política por encima del mérito, siempre sospechoso, crear organismos más o menos fantasmas para colocar a sus parásitos. Así nos ha ido. Muchas personas capaces se han desanimado y se han marchado. Otras sobreviven haciendo lo que pueden con un sentimiento de frustración íntima. Que tantos funcionarios hayan mantenido contra viento y marea su integridad y hayan seguido haciendo su trabajo es admirable. Ahora estalla todo de golpe y parece mentira que durante tantos años no hubiera límite para tanta inmundicia. Una parte del dinero que debemos y no podemos pagar y que hubiera debido emplearse en hacer un país algo más sólido se lo ha gastado esa plaga de sinvergüenzas.