Ese hombre y esa mujer vienen caminando en dirección a nosotros por la pequeña plaza triangular dedicada a Dante que hay frente a Lincoln Center. Es de noche, y no hay mucha luz. No suele haberla en las aceras de Nueva York cuando ha anochecido. Hay algo que me llama la atención en ellos, y todavía no sé qué es. Son mayores, pero van vestidos de una manera algo bohemia, con discreción, cazadoras y pantalones vaqueros o de lona, botas o zapatos deportivos, y los dos tienen figuras enjutas. Los hace más semejantes que los dos llevan partituras bajo el brazo y que ella tiene el pelo corto también. Van conversando, embebidos en una de esas conversaciones caminadas entre personas que se conocen muy bien desde hace mucho tiempo y de vez en cuando se paran como para enfatizar una observación, con la desenvoltura tranquila de quien pasea por lugares muy familiares. Cuando se cruzan con nosotros distingo sus caras a la luz de una farola. Elvira es muy observadora, pero esta vez quien se ha fijado soy yo:
-Mira, Laurie Anderson y Lou Reed.