Un sinvergüenza es, literalmente, quien carece de vergüenza. Y hay que tener muy poca no solo para cerrar una biblioteca pública en un barrio trabajador, una biblioteca querida y cuidada por la gente, sino además para desalojar por la fuerza a los vecinos que se oponen a su desmantelamiento. Qué poca vergüenza tiene ese gobierno municipal de Granada, y qué mala suerte ha tenido a lo largo de los años esa hermosa ciudad, maltratada por gobernantes obtusos, despojada de una parte de su patrimonio inigualable por la avaricia, la ceguera y la pura incompetencia de quienes no supieron preservar el mayor tesoro que tenían, separada de su vega por un espantoso cinturón de construcciones especulativas, con algunos de sus barrios más singulares abandonados a la mugre y a la lenta ruina. Ya han conseguido un mérito más: una biblioteca pública menos. El dinero que se ahorren lo pueden invertir en la restauración de ese monumento a la Falange que no les da la gana retirar, quizás por sus valores estéticos.
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