Raras amistades

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Yo pensaba que la amistad más rara de la que tenía noticia era la que hubo entre Arnold Schönberg y George Gerswhin, de la que escribí aquí hace unos meses. Schönberg y Gerswhin jugaban al tenis en pantalón corto en la mansión de Charles Chaplin en California y en los intervalos del juego Gerswhin miraba de soslayo a Paulette Goddard, entonces esposa de Chaplin,  de la  estaba enamorado apasionadamente y en secreto, y que tomaba el sol junto a la piscina. Gerswhin sufría horribles dolores de cabeza. Fue a un psicoanalista, y éste dictaminó que la causa era el sentimiento de culpa por un éxito que el subconsciente del compositor rechazaba. La causa era un tumor cerebral que lo llevó a la tumba en unos pocos meses, con 38 años, en la plenitud de su inspiración.

Acabo de descubrir una amistad todavía más rara. Habla de ella Lee Siegel, en un libro a punto de salir sobre Groucho Marx. Resulta que en 1961 Groucho recibió una carta llena de admiración de T.S. Eliot, que veneraba sus películas y le pedía una foto dedicada. Groucho se la mandó, y a partir de ahí mantuvieron una correspondencia que solo se detuvo con la muerte de Eliot. Durante un viaje a Londres Eliot lo invitó a cenar, junto con su esposa, y Groucho se aprendió de memoria fragmentos de La tierra baldía por si se presentaba el momento de citarlos. A Eliot la película de los hermanos Marx que más le gustaba era Sopa de Ganso. Días después de la cena Groucho Marx le mandó una carta de agradecimiento que concluía con estas palabras: “Mis mejores recuerdos para su encantadora esposa, quien quiera que sea”. 

Mañana me voy a Nueva York. Me encontraré allí con Elvira, que acaba de llegar desde Tokio. Qué rodeo tan largo para volver a vernos.