Es lícito hasta cierto punto que un buen lector mienta para quedar bien o con la esperanza de seducir a la persona amada, pero ante sí mismo ha de ser de una honradez incorruptible. El rojo y el negro me estaba gustando más de lo que recordaba, pero al llegar a los últimos capítulos noté con pena que se me desmoronaba. Había sido una novela sombría sobre la temeridad del deseo y el rencor de clase: de pronto era como una ópera belcantista con arrebatos homicidas de celos y decorados de mazmorras.
Pero Stendhal siempre es asombroso, sobre todo cuando divaga, cuando toma apuntes de viajes o anota observaciones en el momento mismo en el que se le han ocurrido. Abro un poco al azar su Historia de la pintura en Italia, un libro raro y como a rachas que no tiene casi nada que ver con su título, y encuentro, en una nota a pie de página, una definición que no se lo podía ocurrir más que a él: “La belleza es la expresión de una cierta manera de buscar la felicidad”.