Me dijeron que en Hannover no había nada que ver y no me lo creí. Tenía unas horas antes de empezar la lectura y eché a andar cruzando un parque que había enfrente del hotel. Era un parque con columpios sobre un suelo de arena en el que se revolcaban a conciencia los niños y con lápidas de cementerio oscurecidas por el tiempo y los líquenes. En un banco, justo debajo de la ventana de mi hotel, había una pareja que parecía de novios antiguos. Los vi durante horas hablarse muy cerca el uno del otro tomándose las manos y mirándose a los ojos. Ella llevaba pantalón vaquero y un velo musulmán. Eché a andar en dirección a una aguja gótica y llegué a una calle de edificios bajos y muy bien diseñados, con plátanos jóvenes en las aceras. En el parque había visto robles de hojas muy pequeñas que tenía todo el cerco alrededor de los troncos sembrado de bellotas. Recogí una y me la guardé en un bolsillo. En la calle recta vi una biblioteca pública que era una especie de armario con puertas de cristal enmedio de la acera. La gente llegaba y devolvía libros o los tomaba tranquilamente de los anaqueles. Mi sentimentalidad socialdemócrata se conmueve hasta el fondo al observar esas costumbres. Al otro lado de la acera de la biblioteca pública que era solo un armario había una heladería italiana. Gran parte del resto del paseo anduve desgutando con gran satisfacción un helado de avellana y de stracciatella. Al llegar a una plazoleta vi un montículo arbolado en torno al cual había un muro de ladrillo. Los troncos de los árboles se alternaban con lápidas verticales que parecían figuras humanas altas y sombrías. Di la vuelta a la muro buscando una entrada. Encontré una puerta enrejada con una cadena y un candado. De una inscripción en alemán deduje que se trataba de un antiguo cementerio judío. La calle se llama Am Judenkirchhof. En medio de una zona de césped y grandes robles con esas hojas diminutas había un edificio apaisado que debía de ser una biblioteca universitaria y que parecía diseñado por Mies van der Rohe. Un poco más allá un palacio de dimensiones desmedidas y frente a él la estatua en bronce de un caballo encabritado. Un caballo de bronce sin jinete militar siempre es un alivio. El sol se ponía detrás de una niebla plateada al final de un bosque sobre el que ascendió despacio un gran globo aerostático.
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