Zurich parece una postal de Zurich. Las casas tienen un aire de casitas de chocolate y por las ventanas da la impresión de que está a punto de aparecer el pajarito de un reloj de cuco. Hay plazoletas bellamente adoquinadas en abanico con fuentes en el centro coronadas por estatuas pequeñas. Largos tranvías azules circulan a lo largo de un río caudaloso y muy ordenado, que va a desembocar en un lago. Las torres medievales están tan impecables como los edificios bancarios. Uno imagina noveleramente que bajo la acera por la que camina costeando un carril de apacibles bicicletas habrá sótanos acorazados con montañas de lingotes de oro. En lo alto de la calle empinada donde está mi hotel hay un parque de tilos con un mirador que da al río y a las colinas del otro lado. Gente amable me acoge y me lleva de un sitio a otro. Una entrevista para un programa de radio dura una hora entera. Un actor de teatro lee con mucho oficio y mucha convicción fragmentos de mi novela en alemán y yo solo entiendo nombres propios y nombres de lugares. Pienso con una mezcla de remordimiento y gratitud en la gente que escucha en un silencio tan atento y que ha pagado por entrar. A medianoche la zona antigua de Zurich está desierta y en silencio, perfectamente limpia. Me acuesto delante de una ventana con visillos por la cual se ven tejados en punta y unas torres de iglesia y como si me acostara en la cama de un cuento. Solo falta que venga el recepcionista para subirme el embozo y desearme buenas noches. Duermo divinamente en esta calma suiza.
Por la mañana, la sala del aeropuerto de Zurich donde espero el embarque para el avión hacia Berlín tiene una espaciosa quietud de templo budista. Se me ocurre mirar un periódico español en internet y veo mucha información sobre la fiesta repugnante del toro de Tordesillas. En todas partes habrá salvajismo: el problema, en España, es que el salvajismo está alentado y patrocinado por la autoridad pública, y costeado con el dinero de todos. Vivan las caenas.
En la sala de embarque del aeropuerto de Zurich siento vergüenza de mi propio país.