Nuestros semejantes

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Ayer volvía a casa en el metro, después de un paseo de más de dos horas que incluyó el Botánico, como tantas veces, y en una estación entró un hombre que traía un libro abierto y que se sentó a mi lado, absorto en la lectura. Era L’espèce humaine, de Robert Antelme, en la misma edición que yo tengo. Por eso reconocí en seguida la portada. Robert Antelme estaba casado con Marguerite Duras y formaba parte del mismo grupo de la Resistencia que ella, en París. Lo detuvieron, lo torturaron, lo mandaron a Buchenwald. Sobrevivió a una de aquellas marchas de la muerte que los alemanes organizaban cuando la guerra ya estaba perdida, cuando los campos más al este habían sido ya liberados por los soviéticos, incluso después de que se conociera el suicidio de Hitler. El libro de Antelme pertenece a la categoría de los testimonios supremos, como los de Primo Levi o Jean Améry. Yo propuse que se tradujera para incluirlo en una colección que dirigí en el Círculo de Lectores. También publicamos La Douleur , de Marguerite Duras, que es como el reverso del libro de Antelme, el testimonio de su propia espera angustiosa cuando ya se sabe que los campos han sido liberados pero aún no se tienen noticias de él. Este hombre, con quien no me cruzo ni una mirada, que lee el libro a mi lado, está unido a mí por una fraternidad secreta. Y de qué manera misteriosa perduran los libros, uno por uno, casi invisibles, a lo largo de mucho tiempo. Alguien lee a Robert Antelme en el metro de Madrid un domingo de septiembre de 2011.