Posibilidad de una secuoya

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Me fui cuando todavía hacía fresco por el Madrid vacío del domingo de agosto al parque de la Fuente del Berro. Vida aventurera: las zapatillas de deporte, la mochila, y en ella el libro sobre Caravaggio. Cuando llego ya está empezando el calor pero hace fresco en la umbría. En la Fuente del Berrro, que es un parque mucho más recóndito que el Retiro, hay una estatua de Pushkin y otra de Gustavo Adolfo Bécquer, un ginkgo de amplitud planetaria, varias secuoyas que ascienden como géiseres vegetales por encima de los demás árboles. Que haya secuoyas gigantes y estatuas de Pushkin en un parque de Madrid no deja de tener su misterio. También hay una familia numerosa y estrambótica de pavos reales que caminan inquisitivamente entre la hierba seguidos por sus crías y comparten sin problema su territorio con unos loros, unos mirlos y conmigo, que estoy sentado al pie de la secuoya, apoyando la espalda en ese tronco lanudo de animal prehistórico, la cara norte esponjosa de musgo. Un pollo de pavo real me inspecciona de cerca con gesto de miope y pasa de largo, considerándome falto de interés, absorto en su cacería de lombrices suculentas. Por los alrededores hay testimonios del botellón de la noche pasada. “La práctica del botellón”, como decía comprensivamente un cretino que fue concejal de Juventud en Granada, y que dedicó cuantiosos esfuerzos a favorecerla, dado su interés cultural. Me pregunto qué idea hay que tener del mundo para llegar a un parque y emborracharse a la sombra de una secuoya centenaria y dejarlo todo convertido en un muladar de botellas rotas y bolsas de plástico. Se me va el tiempo sin hacer nada ni leer nada y cuando quiero levantarme tengo entumecidas las piernas. Antes de irme encuentro entre la hierba una piña de secuoya, y me la guardo en la mochila para regalársela luego a Miguel, que plantó un limonero en el balcón de su casa y está asombrado de verlo crecer y florecer y dar fruto. Tener entre los dedos una piña en la que está contenida la posibilidad de un árbol milenario y gigante da un poco de vértigo. Miguel me promete que la plantará en una maceta y que vigilará cada día por si se insinúa un primer brote. Todo es cuestión de paciencia.